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Por la paz

Aquellos que hacen daño en el nombre de Dios irán al infierno en el nombre de su Dios. Contra el cruel genocidio que Israel y los cómplices que le apoyan están ejerciendo sobre el Pueblo Palestino.

sábado, 23 de marzo de 2024

Yo también sonreí

 (Cuento)

Quince minutos de lectura

Yo también sonreí

I              

    Aunque ya he experimentado otras veces la velada en un tanatorio nunca lo he hecho por un familiar y nunca he permanecido más de quince minutos.

    Siempre me ha parecido que este tipo de acompañamientos tan solo son actos sociales demasiado formales y oficiales, apenas son un símbolo de despedida a los difuntos, son momentos y lugares donde se habla, se sale, se entra y se ríe e incluso sirve para que algunos lloren.

    A excepción de mi tío Tomás y mis padres, que entraron en el cuarto detrás de la cristalera a primera hora, solo yo he pasado varias veces a ver de cerca sus rostros, a decirles el último adiós a mis tíos Elisa y Pedro, tan distantes y tan unidos.

    Detengo mis pasos y el tiempo frente a sus rostros.

    Sus caras van perdiendo poco a poco el color, la sonrisa plácida de mi tía Elisa cede intensidad y se desdibujan poco a poco sus labios.

    Todos saben que yo he sido el sobrino preferido de mis tíos. Ellos solo tuvieron un hijo que tardó mucho en llegar y a los pocos años les abandonó por una neumonía.

    Cuando salgo del cuarto refrigerado y regreso a la sala de acompañantes mi padre me mira de soslayo, los demás están en diferentes historias y conversaciones, me doy cuenta de que mi padre mantiene su atención en mí, se estará preguntando qué será lo que ronda en mi cabeza, yo siempre he procurado evitar este tipo de encuentros y ahora me ve tan ensimismado y tan ausente del resto de la familia y amigos.

    Pedro es el hermano mayor de mi padre.

II

    Cuando era pequeño me encantaba ir a su casa, estaba muy cerca de la nuestra. Allí, mi tía siempre tenía algo que ofrecerme, desde golosinas hasta una mirada o una caricia. En esa casa podía respirar otro aire, lejos de mis hermanas y padres, sus escasas regañinas en lugar de ser un reproche me ensalzaban, otras veces me utilizaban para hacerse chistes entre ellos que yo no entendía pero me hacían reír. Me recuerdo con mis ojos al nivel de su cintura mientras me hacían sentir ser su cómplice, ellos movían sus cuerpos por el interior de la casa, sus voces eran un murmullo cálido, les oía sin escuchar y de vez en cuando entre sus idas y venidas me pasaban las manos sobre mi pelo, entonces yo salía del ensimismamiento y observaba el dulce trajín de mi tía en sus labores del hogar.

    Me llega la imagen de un domingo, mi tío arreglándose para salir al bar, no me llevaría al rastro donde le gustaba ir aunque nunca haya comprado nada y eso que se detenía en casi todos los puestos para curiosear y preguntar.

    Cuando El Tío salía de la casa y yo me quedaba a solas con Elisa, como le gustaba que la llamase, ella solía acercar mi cabeza contra su estómago y allí me apretaba, yo sentía su delgadez y su fortaleza, tenía la impresión de que un día me metería dentro de ella.

    En alguna ocasión escuché a mi padre decir que mi tío había esperado a que muriese mi abuelo para casarse. El abuelo siempre fue muy duro con él y le hizo ser un “hombre” antes de tiempo.

    Ahora se van allanando las arrugas y las huellas labradas de su piel y de su hombría en el rostro inmóvil de El Tío.

    La poesía de sus ojos está escondida bajo los párpados. 

III

     A los pocos meses de la muerte de mi abuelo El Tío sorprendió a la familia con el anuncio de su boda, tan solo unos meses de noviazgo sirvieron para acabar con una larga soltería.

    Casi nunca le escuché hablar de mi abuelo.

    Quizá mi padre tenga razón y Él esperó para casarse, así no le daría la oportunidad de volver a humillarle con sus reproches ni descréditos.

    Yo fui a la ceremonia, contaba con un par de años, sin recuerdos propios hago mía la imagen de la fotografía que aún adorna su televisor, yo estoy entre ellos sin apenas llegarles a las rodillas.

    Elisa era algo mas joven que El Tío y de su infancia pocas veces habló, Elisa creció entre monjas sin saber quienes fueron sus padres. Durante un tiempo vivió en un hogar de niñas hasta que tuvo la edad suficiente para valerse por si misma, a partir de ahí vivió en pensiones y estuvo trabajando duro hasta que se casó.

    Mi madre no alcanzaba a explicarse como un hombre tan recio y de tan buena planta como mi tío Pedro se pudo enamorar de ella -¡Siendo tan poco afortunada de cara!- decía, y yo no me explico como mi madre podía pensar así.

    ¡Ah! Llevo aquí un retrato de ellos ¿poco afortunada de cara? sí, quizás no tenga un rostro de cine, pero es hermosa, seguro que El Tío se enamoró del atardecer de sus labios o de su amable mirada o de su poderoso cuello o de sus marcados pómulos o, quizá, de sus tibias sonrisas.

    Su tez siempre clara ahora languidece, sus ojos cerrados ya no miran pero ¿y sus labios? ¿será posible que haya esperado al último suspiro con esa sonrisa?

    Esta mañana, cuando me he acercado a su casa como he hecho tantas mañanas de domingo sentí un escalofrío, la puerta nunca solía estar cerrada con llave para poder abrirla desde fuera, eso era normal pero las persianas tan bajadas..., tener las persianas bajadas era extraño.

    Elisa era un poco maniática de ventilar la casa, eso se lo habían enseñado las monjas y por eso, aunque la casa era pequeña y estaba envejecida, en el interior el aire siempre tenía un perfume especial, un aroma a mañana de primavera, a guiso, a ropa limpia, al olor de su piel.

    He entrado llamándoles en voz alta sin esperar a llegar a la cocina, como era mi costumbre, pero no escuché respuesta ni escuchaba la olla silbando el olor de la comida, he vuelto sobre mis pasos, he abierto la puerta cerrada de su dormitorio y ahí estaban, dormidos, agarrados de la mano como novios tumbados sobre la hierba en el parque, en un paseo del que no regresarán.

    En la habitación estaba la mesa camilla soportando varios libros porque a ella le gustaba que El Tío le leyera poesías antes de dormir.

Poesía de primavera (A.P.)
IV

    Hace tan solo unos días Ella me contó que desde hacía algunos meses El Tío no le leía ningún libro.

     -¿Pero Elisa?- respondí -cada vez que vengo hay un montón de diferentes libros con marcas en sus páginas, yo mismo se los traigo al Tío desde la biblioteca.

      Un guiño hizo que me acercase a la cama donde últimamente pasaba muchas horas, ella se cansaba rápidamente, cuando ya me tuvo a su lado me dijo: -El Tío ha perdido mucha vista y apenas puede ver-, dejó escapar una lágrima de sus ojos y sonriendo me susurró: -Ahora Él me habla en poesía, a su boca no le llegan las palabras desde los ojos, sino desde su corazón, ahora dice cosas que guardó de niño, hermosuras de su primer amor, ahora habla de victorias contra gigantes y yo le dejo que siga diciendo hasta que siento como se enjuga las lágrimas con el puño, entonces, le digo que ha sido un poesía linda, pero que necesito descansar.

    Seguro que a continuación El Tío dejaría el libro sobre la mesilla y saldría a fumar al pequeño patio de la casa su cigarrillo de antes de dormir como ha estado haciendo durante años, quizá fue por eso por lo que me fijé y me sorprendió ver una colilla retorcida y firmemente aplastada en un cenicero sobre la mesa camilla.

Gaudí (A.P.)
V

    Ahora estamos todos, no hay nadie fuera, la sala de duelo es espaciosa. Ha sido mi padre el que ha propuesto y tomado la decisión de permanecer y velar a su hermano y su cuñada aquí en lugar de en la casa donde apenas habría sitio.

    Todos en silencio.

    Tomás, el hermano pequeño de mi padre comienza a hablar y dice que la herencia que dejan es pequeña, no hay testamento y lo mejor que se puede hacer con la casa es venderla.

    Bruscamente regresa el silencio, se ha callado y todos me dirigen sus miradas, consideran que no ha sido prudente hablar de la herencia delante de mí, he simulado estar distraído.

    Ahora soy yo el que sale al raso, a tomar el aire.

    El Tío solo había sido cariñoso conmigo y con Elisa, con los demás era distante, frío, pero con nosotros era distinto. Cuando yo era pequeño él era como de mi edad, jugábamos a palabras difíciles como “joquevaca” para decir “una vaca grande” o jugaba a las canicas o a coger cosas con los dedos de los pies.

    Era lindo ver como El Tío llegaba del trabajo por la calle aun sin asfaltar, con las manos ensangrentadas entre grietas de cal y frío, altanero y cruzando el umbral de la puerta con Elisa esperándole enfrente como si ya estuviese avisada, con su lacio cabello recogido, el mandil con puntillas colgado en el pomo de la puerta de la cocina y frotándose la cara con las manos para darse un poco de color. Cuando El Tío ya se había habituado a la penumbra de la casa Elisa le decía: -Hola Mi Albañil- entonces la contundencia en la mirada de Él se aflojaba, las cejas fruncidas se caían hacia los lados y la sonrisa le encogía sus ojos, su hombre ya se le había rendido.

    Elisa sólo le llamaba Mi Albañil cuando estaban a solas o si era yo el que estaba. Para Elisa, llamarle así era como decirle Doctor o General, estaba orgullosa de su trabajo y de él, sobre todo de Él. Él, que nunca había recibido halagos por mas duras que hubieran sido las cosas que hiciese. Su mundo era un mundo recio y áspero donde el dinero, las profesiones y clases se marcaban con distancia entre ellas. Cuando Elisa le llamaba así, sonaba a música, empezaba con un “AL” entreabriendo su boca de una forma provocadora y sensual, “BA” era un beso en el aire y “ÑIL” una sonrisa, “Mi Al-ba-ñil”.

    Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese saludo, hasta que en el septuagésimo cumpleaños de El Tío fui a felicitarle, Elisa se lo dijo al servir el café con rosquillas, hechas por ella misma: -Toma Mi Al-ba-ñil, tus rosquillas.

    Qué rosquillas, tan ricas, cuántas veces habré visto a mi tía haciéndolas, con cuánta energía bregaba la harina y cuánta ternura al enroscar las tiras, meciendo la masa entre sus manos al son de un canto que nunca descifré, evocando recuerdos y sueños, verdades o mentiras.

    Cuántos manotazos me habrá dado la bribona cada vez que metía la mano en la bandeja en busca de alguna rosca aun caliente y pendiente de azucarar.

    Me he prometido no llorar.

Flores blancas (A.P.)
VI          

    Yo tenía nueve años cuando nació mi primo, era un juguete que no se podía tocar, siempre enfermo, “no salió fuerte”. Yo comencé a sentirme un poco distante, cada vez más lejano.

    Al cabo de un par de años mi primo murió.

    La casa se volvió lúgubre, se hizo oscura, ya no había ecos de sonrisas, el aire de la casa perdió su aroma y se agarraba en la garganta, la mirada de El Tío se vació. Cuando Él llegaba a la casa y yo estaba allí le sentía cambiar el aplomo por humildad, ya no se rendía ante ella, ahora venía derrotado, trataba de hacerme alguna mueca graciosa y me hacía algún gesto invitándome a cerrar la puerta desde fuera. Mis visitas eran cada vez más tardías.

    En ocasiones mis padres hacían comentarios que enmudecían descaradamente cuando alguna de mis hermanas o yo aparecíamos en mitad de una repetida conversación.

    Una vez más le había tocado a mi tío la parte más dura, otra vez dócil y enfadado pero no ante los reproches de mi abuelo ni ante sus gritos ni humillaciones ni ante el agrio sabor de sus miradas, ahora estaba derrotado ante el silencio de su mujer, ante su mirada hueca o la pausa de sus manos y la frialdad de sus labios.

    El Tío recibía la figura de Elisa con sosiego, intentando hablar y dispuesto a recibir algún golpe de esos ojos que entonces le resultaban ajenos.

    Hace fresco, volveré a la salita.

    Casi todos siguen aquí, como hace una hora o más.

    Una vida entera, partida en dos cajas.

Ruinas en Ribadesella -Asturias (A.P.)
VII

    Sí, al menos tres años tuvieron que pasar, un luto de tres años antes de que pudieran recuperarse de la muerte de su hijo.

    -Tres años sin rosquillas, pero salimos- me dijo una vez Elisa y continuó:

    -Un día de domingo me levanté temprano, casi de madrugada y El Tío, aunque sintió como salía de la habitación siguió haciendo como que dormía, Él no tenía ninguna prisa por recibir un día más.

    Cuando le llevé el café acompañado de rosquillas en la bandeja de madera se incorporó, apoyó la espalda sobre el cabecero de la cama y sujetó la bandeja apoyándola sobre sus rodillas; yo esquivé su mirada y por el espejo vi el brillo de sus ojos, nunca antes había llorado, lo hizo en silencio, derramándose en el café; salí de la habitación y El Tío desayunó.

    El alambre de espinos que oprimía su pecho, se liberó. Cuando volví a recoger la bandeja El Tío había vuelto a simular el sueño, mirando a través de sus párpados la luz de la ventana. Pasaron las horas y continuó en la cama mientras yo preparaba la comida en silencio, en la lejanía, aunque, ya ves, la casa no tenga mas estancias que esta cocina-comedor y este dormitorio, amén del pequeño aseo y el pequeño patio contorneado con las macetas que tanto había estado descuidando. Yo cocinaba y llegó la hora de comer pero seguía oculto en las sábanas, le miré por entre la puerta, sus ojos estaban abiertos y clavados mas allá de las paredes. A media tarde se levantó y se acercó hasta mi, estaba sentada en la cocina tejiendo algún paño de ganchillo, cuando sentí sus cálidas y ásperas manos en la cara levanté la mirada, giré mi cabeza hasta encontrar apoyo en su cuerpo, no nos miramos, su mano acarició mi rostro, una y otra vez, suavemente, con ternura, desde la frente pasando por mis hundidos carrillos y hasta que la mano alcanzaba la parte inferior de la cara, entonces volvía a subir su mano y repetía los movimientos, su dedo pulgar contorneaba cada uno de mis rasgos y yo me estremecía y me sumergía cada vez más en un placer cálido que nacía en los pies y me subía hasta los labios con cada ademán de sus manos, de Mi Albañil.

El Príncipe -Aranjuez (A.P.)
VIII

    Ahora son los demás los que han salido a tomar el aire o han ido en busca de un café. No se oye nada, absolutamente nada.

    Elisa no conoció a sus padres y ¡había deseado tanto ser madre!, ella habría entregado todo lo que ella deseó para sí, su mente estaba tan llena de imágenes soñadas: -Con lo que tardó en llegar y lo poco que tardó en marcharse.

    Huérfana de padres y luego huérfana de hijos. Se preguntaba si acaso se lo habría merecido.

    De todos sus deseos y abundancia, yo recibía mas que nadie y por eso me sentía en cierto modo culpable. Nunca la escuché hablar de la muerte de mi primo.

    Cuando se casaron, Elisa dejó de trabajar, hasta entonces lo había hecho asistiendo por horas en casas de gente adinerada, después se convirtió en el ama de su casa, no le costó mucho trabajo, con las Hermanas se había preparado durante años, trabajo duro y austeridad. El Tío sentía que la casa era el dominio de la esposa y Elisa había sido enseñada para cuidar y servir. Nunca les vi a ninguno practicar la exigencia ni la servidumbre, las decisiones del hogar eran cosas que se tomaban día a día, uno hacía y el otro se dejaba.

    Varios años más tarde de la muerte de mi primo Elisa tuvo que volver a trabajar, el trabajo de la construcción escaseaba y El Tío no quería buscar trabajo fuera de la ciudad, para nada quería estar ni una sola noche sin su mujer. Había caído en unas redes tejidas con hilos de cariño y amor que cada noche empujaban su orgullo hacia arriba y le arropaban de ese frío que da la soledad y el no sentirse querido. Había conocido el cielo y no quería dejar de tocarlo. Elisa se sentía grande al revolverle en las entrañas sacándole su ternura, un dulzor casi en exclusiva y que nadie había visto antes, mi tía sentía fuertes sus brazos, las dudas de ambos se mezclaban, se sentía necesitada y había sido educada para darlo todo. Yo se que ella se sentía humildemente extraordinaria.

    Encontró trabajo en una fábrica, limpiando aseos y despachos, a mi tío no le agradaba mucho pues era por la tarde, casi al término de los horarios de producción, solo eran algunas horas y el trayecto era rápido, el tren tenía parada cerca de la fábrica y desde la estación a la casa era apenas un paseo. En ningún momento quiso impedirle trabajar, como tantos hombres de la época y de la zona estaba en una mala racha y esperaba que pronto debería cambiar; desde hacía varios años formaban un equipo y ahora ella tenía que hacer su jugada. Los días que él regresaba pronto por haber trabajado tan solo algunas horas o bien no había trabajado hacía lo que sabía con las labores del hogar, preparaba la cena, salía a recibir a Elisa a la puerta y después la besaba, la miraba, ponía la punta de los dedos sobre sus sienes y lentamente acariciaba sus cejas y sus párpados.

    Cuando yo les veía así experimentaba unas cosquillas que recorrían mi espalda, notaba gozo dentro de mí.

    Poco a poco las oportunidades de trabajo se fueron recuperando y al poco tiempo Elisa se quedó embarazada. Dejó de trabajar.

    Desde el comienzo del embarazo El Tío acariciaba su tripa y hablaba a Elisa como si fuese una niña mimada y la protegía. Comencé a tener celos aunque estaba deseando que naciera y así tener un nuevo compañero de juegos. Seguro que sería un niño. El Tío le decía: -¡Hazme grande a ese hombretón!

    Fue el último bebé de la familia y ésta lo celebró con poco entusiasmo aunque el bautizo no careció de nada y toda la familia asistió. Mi padre se alegró mucho por su hermano pero nunca fue niñero y con el resto se habían establecido demasiadas distancias y sus presencias eran casi de compromiso.

    En el centro de la mesa principal, estaba la canastilla con el bebé junto a Elisa que no dejaba de mirarle y arroparle con la mantilla, El Tío fumándose un cigarro puro soberbio y yo. Mis hermanas y otros primos jugaban alrededor de las mesas. Yo permanecí sentado durante toda la merienda.

    En lo de varón, mi tío podía sentirse satisfecho pero no se podían ver indicios de hombretón, con la cara bastante cetrina y muy pequeño, apenas lloraba. Elisa le ponía su pecho en la boca y él rápidamente la retiraba, entonces ella le insistía diciendo: -¡Come mi niño, que papá te quiere grande!.

    Estrellas blancas en su frágil rostro y yo pensando: Elisa si él no la quiere dámela a mí. Y como si ella pudiera leer mis pensamientos me miraba y me sonreía con esa mueca de afecto íntimo, tan suyo y tan mío.

    Mis celos desaparecieron poco a poco, yo intentaba ayudar a Elisa en los cuidados del bebé, ella me encargaba tareas que me hacían sentir útil y que por pequeñas que fuesen siempre servían de excusa para que me regalase un agradecimiento: -Menos mal que estas aquí, si no...- , o , -muy bien, eso es-, y cuando El Tío regresaba a casa y yo andaba por allí, me preguntaba si lo había cuidado bien, o si me había dado guerra. Elisa le ponía el bebé en sus brazos y se dirigía al niño con ese tono que solo las madres saben tener -¡A ver mi niño, que ha venido su Papá Grande!-. Creo que en realidad no le ofrecía al hijo si no que era ella misma la que se ofrecía, era el resultado de su vientre, lo mejor de sí misma para Él y continuaba hablándole con un -¿Qué tal Mi Al-ba-ñil?-.

    No entiendo y quizá esta intriga es la que me hace verle tan grande; no entiendo, como sabiendo que ese hijo no era suyo pudo entregarle tanto amor, tanta dulzura y paciencia, tantas expectativas posteriormente malogradas, quizá, sí, seguro que sí, todo se lo entregaba a ella.

Aranjuez (A.P.)
 IX

    Cuando después de algunos años por fin pude hablar con El Tío en tono de hombre me confesó un secreto, ya que ni siquiera Elisa lo sabía. El Tío estaba seguro de que él era estéril, de que tardó algún tiempo en darse cuenta pero cuando lo hizo ya era tarde para contárselo a Elisa:

    -Siendo joven y ayudando a tu abuelo en la reparación del tejado de la casa me dio un empellón, a cuenta de una teja rota por una mala pisada mía, con la mala fortuna de que en la caída desde la altura me golpeé en mis partes contra unas tablas apoyadas en el suelo, tu abuelo se asustó pero una vez que comprobó que todavía estaba vivo, comenzó a largarme una serie de improperios a voces.

    El dolor me subió hasta la boca del estómago, pero no grité, no lloré, me eché mano a la entrepierna del pantalón y comprobé el roto que me había llegado hasta el calzón, descubrí hilos de sangre en la yema de mis dedos, casi a gatas me fui hasta llegar al consultorio del médico, en mitad de la cura escuché como el doctor decía -“¡Te has jodido la hombría...!”- Ahí me desmayé.

Cuando desperté el médico puso la mano en mi hombro y me dijo que tuviera cuidado pues -“tu padre tiene mal temperamento”-.

    El Tío nunca había hablado de eso con nadie, me hizo sentir bien, se había quitado una angustia, y yo le había ayudado.

    Pero ¡claro! ni mucho menos se me ocurrió contarle que yo sí estaba seguro de que él no era el verdadero padre. En esa ocasión fui yo quien pasó mi mano por su nuca despejada y luego puse mis manos en sus mejillas y le besé la frente. ¿Qué había dentro de esa cabeza? ¿Qué cosas bullían en ese cerebro?.              

    Tras la dolorosa mortaja de su hijo y pasados los años de depresión de Elisa, El Tío se desmoronó, aguantó estoico hasta que Elisa salió de la niebla. El Tío se había reprimido mucho tiempo y Él necesitaba respirar, sentirse, olvidar, recordar. Anduvo cambiando de trabajos y al contrario de antes ahora los buscaba cada vez mas lejos de casa de forma que pasaba días y días en otras ciudades, mandaba el sobrante del salario o a veces él mismo lo llevaba a casa, durmiendo el fin de semana, para volver a marcharse.

    Casi dejé de verle pero no a Elisa. Estuvo viajando varios años y ella mantenía la casa como si fuese a venir en cualquier momento, el tiempo se había detenido en aquellas estancias, todo estaba a la espera.     Un día mi tía me habló:

    -¿Todo esto lo merezco? primero sin padres, luego sin hijos y ahora sin marido- me dio la mano.

    -Estuve trabajando en una fábrica antes de que naciera el primo- suspiró, -yo andaba cansada, El Tío pasaba un mal momento. Yo que nunca había conocido a ningún hombre y allí en la fábrica todo eran simpatías, halagos, picardías. Me había dado cuenta de que uno de ellos no perdía ocasión de tropezar conmigo en medio de mis que haceres. Solo una vez estuve con ese hombre. La culpa me embargó, le evitaba en la fábrica y le soñaba en la casa, no estaba segura de si había encendido una mecha o apagado un fuego que llevaba dentro desde joven. Quedé embarazada y nunca he tenido el valor de confesárselo a tu tío, quizás el Señor lo quiso así, ya que entre nosotros no pudimos; El Tío por fin podría ser padre, contárselo seria hacerle daño y prefiero ser yo quien sufra por ello.

    No Elisa, no merecisteis perder a vuestro hijo.

Cádiz (A.P.)
X

    ¡Vaya! Comienza a clarear, el sol se anuncia con reflejos rojos en las nubes. Todos presentan cara de cansados, bueno, todos los que estamos porque los demás debieron de irse hace rato.

    En ocasiones imagino a Elisa en su amor furtivo, sintiéndome celoso de su amante y sintiendo el dolor de El Tío. Estuve un tiempo donde se me mezclaban la rabia y la compasión y creo que fue la bondad de ella la que ganó en mi aturdimiento. Recreaba mi angustia con imágenes de aquel hombre, su amante, al que le gustaría mirar por el escote de su bata, al principio ella se ruborizaría y abotonaría, luego, poco a poco, Elisa iría dejando que él coqueteara con ella. Nunca se le habría ocurrido engañar a mi tío Pedro, para ella sería poco más que un juego donde satisfacer su reprimida adolescencia. Quizás quedarían en un café, se mirarían fijamente a los ojos y sin darse cuenta chocarían sus manos en un acto electrificante, su cabello reflejaría el Sol, sentiría el roce de unas rodillas y se estremecería todo su cuerpo hasta llenarse de calor. Y con calor apagó su fuego.

    Al poco tiempo de que Elisa me contase lo de su pasión prohibida, El Tío regresó definitivamente. Si él estuvo llorando en los caminos, nadie lo supo.

    Así, de repente, se normalizó la vida en esa casa, volvieron los aromas y las sonrisas; ya no tenía que levantar mi cabeza para ver sus caras, ahora nos sentábamos juntos a tomar café, en medio de un sorbo detenían el gesto y rozaban sus dedos, sus ojos brillaban, las rosquillas volvían recientes a estar en la mesa y ellos con mas frecuencia que antes paseaban por las calles, agarrados de la mano, sonriéndose, erguidos, afables, recordaban con gracia las cosas de las monjas, las anécdotas de la familia con el abuelo en la picota de la burla.

    En ocasiones les veía en sus paseos y les observaba a distancia ¡qué bonito era verles!

Amanecer (A.P.)
XI

    ¿Cómo es posible? Ahora sus cabezas se han girado, ya no miran al techo. Seguro que habrán sido las últimas contracciones de los tejidos. Es curioso ver como esta mañana sus caras están frente a frente, quizá también ellos quieran decirse adiós, pero los flancos de las cajas no les dejan verse.

    Adiós Tía Elisa, adiós Tío Pedro, os quiero y os recordaré siempre.

    Ya es hora, pero ¿la hora de qué? si han vivido juntos, si han muerto juntos y con la misma sonrisa en los labios y van a ser enterrados el uno junto al otro ¿ha llegado la hora de qué? quizá sus deseos hayan sido cumplidos.

    He preferido ir solo en mi coche justo detrás del coche fúnebre, nadie en la calle percibe la comitiva, el mundo ajeno a todo camina rápido en busca de su puesto de trabajo o quién sabe, el Sol asoma en un claro y azul cielo. Ya hemos llegado al cementerio. El cura que nos espera es el mismo que ungió sus frentes hace apenas unas horas.

    Silencio, todo es silencio, incluso las palabras del Padre son de silencio, es el momento y los enterradores se apresuran en lanzar la tierra sobre los féretros, arriba El Tío, debajo Elisa.

    He decidido no ponerme en la puerta a recibir el pésame, prefiero pasar por la casa de Los Tíos a recoger los últimos libros y devolverlos a la biblioteca.

    Esta es la primera vez que abro la casa de mis tíos teniendo que usar la llave, nada me impide entrar en la habitación donde ayer los encontré y hoy solo quedan ecos de su presencia.

    Ahí está la mesa camilla con los libros y el cenicero, Bécquer, Neruda, y un sobre. ¿Un sobre? :

    “Para Lolo”

    Querido sobrino, o quizás debiera decir hijo. Espero tener tiempo para terminar esta carta.

    Hoy el tío ha ido al médico a por recetas para mí y a recoger el resultado de mis últimas pruebas, ha regresado bastante tarde; según me ha dicho, ha estado paseando. Ya hace días que no le acompaño. Nada mas llegar se ha puesto a buscar el brasero viejo y el carbón, ya sabes que a él nunca le gustó el brasero. Sin cenar, me ha contado alguna poesía y se ha acostado pronto conmigo, yo me he hecho la dormida y una vez que él se ha dormido me he levantado a buscar en el cajón donde guardamos los papeles, he visto el informe médico, no entiendo muy bien lo que quiere decir, pero habla de un tumor.     

    Creo que me estoy muriendo y él ha decidido venirse conmigo. No le veas como un cobarde, él no es un castillo en ruinas, toda su fortaleza se ha convertido en amor. ¿Dónde podría cobijar sus besos si yo no estoy? ¿Quién acariciará su cabello? ¿Quién podría enorgullecerse de Mi Albañil?. Una vez más me lo ha puesto fácil, cambiando mis lágrimas de pena y tristeza por lágrimas de amor. ¿Cuántas veces habré pensado en irme con él, si fuese él el primero? ¿Cuántas veces me habré asustado? Quizá yo si sea una cobarde, tomar la última decisión es de valientes y por eso escribo esta carta, para gritarle, aunque solo tú puedas leerlo, ¡Ánimo Pedro, una vez más vuelvo a sentirme orgullosa de ti!

    El brasero está encendido, crepitan el carbón y el cisco, la caldera de este buque está a toda marcha, sin faldillas que lo envuelvan, toda la habitación goza de ese fragor incandescente, mañana las brasas se habrán hecho cenizas, pero su calor quedará inundándolo todo.

    El brasero está encendido, la puerta de la habitación cerrada, las faldillas levantadas, confío en él.

    Lolo, hijo ¡Ojalá mañana amanezcamos tu tío y yo unidos!. Si es así, sonríe.

    Te hemos querido siempre.

                                           Un beso de Elisa y Pedro.

 

    ¿Cuántas veces te habrás negado a encender el brasero porque te daba miedo Tío?

    Gracias por tu carta Tía.

    Pero ¿Dónde estará ese informe? Sí, en el cajón, aquí está, pero no hay uno, si no dos informes ¡Maldita letra de médicos!

        Elisa Ruano, ...tumor maligno en… en pulmón izquierdo, con a_vanza_do estado de desarrollo.

    Y el otro informe es de:                                        

        Pedro Alaris de...

        Glaucoma desarrollado en ambos glóbulos y embolia en hemisferio izquierdo por nódulo graso... No se aconseja intervención...

    No olvidaré nada de lo que me enseñasteis, no olvidaré vuestro último amanecer Elisa, cuando ayer por la mañana os encontré estabas unida a él de las manos, tu pelo bien ordenado, tu pómulo al descubierto, tu mirada se apoyaba en la de El Tío y se abrazaban vuestras sonrisas. Tío, hasta el último momento has sentido el aliento de ella gritándote Mi Al-ba-ñil. Has sido afortunado de tenerla a ella.

Tulipanes (A.P.)

    
Este último cigarro sobre la mesa camilla te lo has fumado después de que la tía escribiera la carta, tú has peinado sus cabellos, puedo intuirlo, te conozco, siempre has jugado la última baza.

    Habéis vuelto a jugar conmigo entre guiños, me habéis hecho vuestro cómplice, permitidme una sonrisa.

    Os quiero.

 


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3 comentarios:

  1. A partir de ahora cuando oiga o lea "albañil" me acordaré de Tomàs y Elisa..... y de Alberto, claro.

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    1. Espero que te acuerdes de forma amable y muevas tus labios como si tú lo pronunciases, con la misma música al pronunciarlo que he pretendido contar

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