 |
| Belle Starr (Getty Images/Hulton Archive) |
En el atardecer de este pueblo del salvaje oeste el horizonte queda lejano y se funde en cualquier lugar entre la arena del desierto y el cielo rosáceo.
Al oriente de la calle principal un jinete errante descabalga y de inmediato golpea con la mano la grupa color ámbar de su jaco para que se marche al trote.
Sobre la arena brillan unas espuelas trabadas en unas medias botas de piel, lleva una canana cargada con cuarenta cartuchos que amenaza con descolgarse de la cintura en la funda vacía, una de las manos atrapa enguantada un lazo mientras la otra, desnuda, porta un revolver del 45 de seis tiros, más arriba del torso se abraza al cuello una bandana negra bajo una barba espesa, la figura termina en un sombrero inclinado que oculta el rostro de un bandolero.
Las personas que antes cruzaban de un lado a otro de la calle han desaparecido.
El viento suena como exhalación en una harmónica y arrastra el polvo perezoso que levantan el ganado y los pencos.
Cerca, las puertas del "saloon" se baten en un sinfín tras la entrada apresurada del último vaquero.
En el otro lado de la calle está la silueta firme de un hombre acompañado por su larga sombra, quieto, con el sombrero colgado de un cordón sobre su espalda, sus piernas entreabiertas colocan los pies ligeramente separados en el suelo, los brazos apuntan hacia abajo y se muestran arqueados, los dedos se agitan nerviosos. Desde el otro lado no se puede apreciar la estrella de sheriff que lleva sobre el chaleco de ante pero todo el mundo sabe quién es él, antes de sheriff fue un famoso forajido.
El graznido de un cuervo escolta a una planta rodadora mientas es empujada por un susurro de aire hasta posarse entre ambos pistoleros.
Una dama de cabellos dorados y ensortijados se asoma por la ventana de la taberna y mira a los dos hombres. El resto de los ciudadanos permanecen escondidos.
-No debiste cruzar a este lado de rio Pecos- dice,
-Vengo a llevarme a Belle Starr- responde,
-Tendrás que ser el más rápido, ahora Belle Starr es mía- le aclara.
La rodapaja, como si no quisiera molestar, gira levemente y se retira hasta chocar contra un poste donde atar caballos. El córvido cambia de tejado, quiere ser testigo de un duelo que sabe inevitable.
En un instante, entre el almacén de herramientas y la oficina de correos, doce truenos resuenan como si fuesen uno.
El tiempo se detiene por unos instantes.
Lentamente, los dos cuerpos dejan de estar erguidos y se doblan hasta arrodillarse antes de caer hacia atrás. En pocos segundos la tierra que les alberga se tiñe de rojo.
Tras los ecos del estallido sale de la cantina la elegante Belle Starr, se acerca a los cuerpos en el suelo, les mira con desdén y les dice algunas palabras que nadie alcanza a oír, les quita las armas de sus manos, hace un movimiento de brazo y de un tirón arranca la estrella al sheriff para colocársela en su propio pecho sin dudar.
En sus dedos hace girar con destreza los revólveres mientras retorna a la cantina, el local está lleno de miradas huidizas, las bailarinas de cancán retoman su sesión, Belle Starr se mira en el enorme espejo mientras apoya las pistolas sobre la barra de caoba, el cantinero agarra una botella por el cuello y le llena el vaso, ella de un trago lo vacía y con un gesto le pide otro whisky.
No hay comentarios:
Publicar un comentario