Un amor para siempre

(Cuento) 

    El crepúsculo ocupa su alma desde por la mañana.

    Dónde quedó su infancia, dónde quedó el amor y dónde quedaron los sueños.

    La brutalidad del sexo no es la mejor manera de enseñar a una niña aprendiz de mujer a caminar por la vida, ella lo sabe bien. 

    Nadie les había presentado, quizá no era el más atractivo pero tras el aburrimiento de la reuniones eternas que no llevan a ningún sitio o tras la cerveza anterior, o quién sabe el porqué, él llamó su atención nada más llegar, su voz era agradable, mostraba amabilidad en su cara, saludaba con una sonrisa y además era cortés.

    Está muy cansada de la intranscendencia, solo quiere amar y que los días no le hagan daño.

    Cuando él salió a fumar ella pensó que era el momento adecuado para acercarse con un cigarrillo en los labios y pedirle fuego.

    Al instante le quedó claro, ella le gustaba; mientras él acercaba su mechero al cigarrillo su mirada danzaba furtiva entre los ojos de ella y su escote; ella, de forma descuidada, simulaba proteger la llama abrazando con sus manos a la de él.

    Con la siguiente cerveza desaparecieron las sonrisas impostadas y apareció la elocuencia distraída.

    En poco tiempo solo quedaban ella, él y los otros tres noctámbulos que nunca desean llegar a sus casas. Sopesó y arriesgó diciendo prematuramente -Me tengo que marchar-, de inmediato él se ofreció a llevarla en el coche.

    Apenas unas palabras por el camino. Al llegar al portal le invitó a subir y tomar una última copa. Accedió. 

    De la copa al beso, del beso al abrazo, del abrazo al sillón, del sillón a la cama, todo eran pasos ensayados mil veces para una misma danza de pasión; los labios de uno se empaparon con los del otro, la ropa casi arrancada, ella le empujó contra el colchón y lo cabalgó inquieta hasta alcanzar el gemido de ambos, curvó su espalda hacia atrás en una posición imposible, uno, dos, …, quince, llegó a contar; él se estremeció retorciéndose bajo el cuerpo de ella. Las convulsiones habían sido intensas y largas.

    Ella le miró de la misma manera en que se mira cuando se descubre algo que parece auténtico, él colocó las manos cubriendo aquellos pechos e intentando frenar el cuerpo que ella iba relajando hasta que alcanzó apoyarlo sobre él.

    Se giraron de un lado a otro de la cama sin desprenderse, sus flexibles piernas abrazaban y envolvían a aquel cuerpo fibrado, ella se presionaba contra el cálido torso de él hasta que sus manos, aún en los pechos, quedaron encarceladas entre ambos; ella le absorbió intensamente con su boca hasta que el sueño puso un velo sobre los ojos del hombre.

    Ahora lo guarda en la nevera, de momento no piensa trocearlo, esta vez el amor de su vida le durará más de un mes.

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