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Por la paz

Aquellos que hacen daño en el nombre de Dios irán al infierno en el nombre de su Dios. Contra el cruel genocidio que Israel y los cómplices que le apoyan están ejerciendo sobre el Pueblo Palestino.

viernes, 24 de marzo de 2023

El escaparate de los bombones

 (Cuento)

A la espera (E.C.)

   Al caballero más apuesto del pueblo le gustaba llevar un pañuelo o una bufanda blanca en el cuello y le encantaba salir a pasear las mañanas de domingo. Él es un señor muy correcto.

    
    En cada paseo llevaba agarrada de uno de los brazos a su elegante y discreta esposa, tan peripuesta y con zapatos de charol rojo, y de la otra mano llevaba unas veces a su hija y otras veces a su hijo.
    Es una familia muy fina, en el pueblo casi todo el mundo les conoce y son muy respetados.
 
    Para llegar al pueblo desde su bonita casa siempre deben de pasar junto a una tienda de exquisitos chocolates.
    Cada día, el caballero de la bufanda blanca madrugaba para ir a sus negocios y su atenta señora se encargaba de llevar a los niños al cole. Al pasar junto al delicioso escaparate aceleraban el paso, lo hacían sin detenerse ni una sola vez; los niños que están muy bien educados siempre saludaban al dependiente de ojos de color como la miel que solía estar barriendo la entrada a la bombonería.
 
    Así, por un motivo o por otro, todos los días pasaban cerca del coqueto almacén de bombones.
    En los paseos dominicales al apuesto caballero le gustaba detenerse y fijarse en la vitrina.
    Desde la calle, a través de una cortinilla fina que se interpone entre el cristal y la dulce tienda, se podía ver su interior tenuemente iluminado.
 
    Como digo, la señora que estaba casada con el apuesto caballero nunca se detenía ante el expositor.
    Hacía tiempo que le detectaron diabetes, desde entonces evitó el azúcar y en su casa no volvió a entrar ni un solo gramo de algo que fuese dulce.
    -Vuestro padre es muy goloso y solo por mí contiene sus ganas de chocolate-, le decía a los niños cuando veía que, una vez más, su marido se detenía frente a las bandejas adornadas con puntillas blancas.
    Al menos es lo que escuchaban decir algunas personas que suelen parar por allí.
 
    La señora de zapatos rojos, estaba muy enferma, además de la diabetes tenía otras cosas más graves pero solo ella y el doctor lo sabían. Ella era muy comedida cuando iba a la consulta y no quería preocupar a nadie.
    Eso dijeron algunos pacientes que allí esperaban.
 
    El día anterior a que la mujer de zapatos color de vino tuviera que ingresar gravemente en el hospital, dejó a los niños en el cole y posteriormente entró en la tienda de los cacaos de ultramar.
    Nadie sabe lo que ocurrió ni lo que allí se habló, en el establecimiento solo estaban el dependiente con ojos de miel y la discreta señora.
    Las personas que suelen estar por allí pudieron verla por última vez y observar cómo salía de la tienda tapándose los labios con la mano.
 
    Ahora el caballero más apuesto del pueblo tiene que trabajar desde casa.
Ya han pasado varias semanas de luto y él no ha vuelto a ponerse la bufanda blanca, tiene muchas tareas y no se entretiene en el camino, nada más dejar a los niños en la escuela regresa a su lindo hogar sin detenerse ni un segundo a mirar por el escaparate.
 
    Todos los días hay alguien que ve al dependiente de ojos como la miel salir de su recién reformada e iluminada tienda y todos los días le ven dirigirse con un pequeño envoltorio a la casa del hombre más guapo del pueblo.

    Eso es lo que veían algunas personas que suelen estar por allí.

    Me han contado que, después de permanecer un buen rato en la bonita casa, el dependiente con ojos de miel sale ocultando su boca con la mano y relamiéndose los labios.


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